martes, 9 de diciembre de 2008

Basilisco




Alguna vez
quise cerrarlos
pero ya no tengo párpados piadosos
en mis cuencas oscuras

ya no tengo mundo ni cuerpo
ni puedo dejar de apagar estrellas

solo
espero el milagro especular
que me permita destruir mi retrato.

Observaciones de la vida cotidiana


Alguien sufre un traspié.
Tropieza con una baldosa que asoma, tramposa, del suelo. La calle esta dura, no hay caso.
Tropieza con una baldosa y arroja el pie, el tropezado, hacia adelante, en una breve y desenfrenada búsqueda de un soporte que soporte la inercia, la que se abalanza sobre el cuerpo, ese que a su vez, se inclina hacia el suelo. Ese que está duro, como la calle.
Recupera el equilibrio, dando alguna que otra zancada.
No pasó nada. Rostro aliviado. Mira a su alrededor a la búsqueda de alguna posible burla. No la hay, así que se acomoda el cuello del saco, y camina con paso desafiante hacia el resto de un triste día.


Una señora camina con su marido y su pequeño hijo, que juega con un amiguito, probablemente compañero del preescolar, quizás hermano. Los niños parecen estar peleando. Uno persigue al otro, y éste último se acerca sin ningún miedo al cordón de la vereda.
_ A la calle no! Interviene la mujer. Cuando lleguemos a casa si quieren se matan, pero no acá que los va a pisar un auto.
El padre ríe. Los niños siguen jugando sin advertir que, de una manera u otra, tienen los días contados.


Pasa una adolescente con un culo incomprensible. Es rubia y bronceada. Por su manera de caminar y de vestir, es fácil darse cuenta que se ha visto al espejo esta mañana, y se ha encontrado hermosa, como siempre.
Se me ocurre pensar en lo ingrata que es la vida, que no permite que la belleza esté en todos. En todas, para ser sincero. Sin saberlo, ese trasero armónico ha dado lugar a una reflexión filosófica (de parte de un no-filósofo) de las más profundas que puedan existir en esta posmodernidad que nos parió.

Está anocheciendo. Tita, la verdulera (siempre se llaman Tita), sale del negocio para guardar la pizarra que muestra las ofertas a los peatones. Las frutillas hoy cuestan $4,50 el kg., pero esta noche las frutillas dejarán de costar, lo cual no nos asegura que mañana cuesten lo mismo.
En épocas de inflación hay muchas tizas y trapos húmedos tras los negocios.

Todas estas cosas, y algunas otras también intrascendentes, de verdad ocurren en el mundo de todos, ese que no sale por la tele. Ese que no existe.

jueves, 26 de junio de 2008

No comemos vidrio

Alrededor de 1516, Tomás Moro publica un libro y una palabra: Utopía.

La Utopía es un no-lugar. Su capital es Amauroto (en griego: sin muros), regada por el río Anhidro (sin agua) y regida por un funcionario cuyo título es Ademo (sin pueblo). La Utopía es un ejercicio de imaginación.

No es la primera. El Paraíso es un antecedente obvio, seguro y tranquilizador para algunos. La República de Platón explica también ese estado ideal que es necesario para que algo sea utópico.


Inspirado por el relato del viajero Américo Vespucio, y por la descripción de la isla de Fernando de Noronha, Moro sueña una isla en la que sus ciudadanos viven en comunidad, en paz y armonía.

Las utopías son sueños de la razón. Y su contracara suele mostrar relatos apocalípticos de sociedades tiránicas e infelices, en futuros cercanos y amenazadores.

Si las utopías son los sueños de la razón, entonces, los monstruos que producen son estos relatos desesperados de mundos que nada tienen de imposibles: las llamadas distopías.

Voy a tomarme la licencia de llamarlas de otra manera. Distopías parece hacer referencia a una diferencia, y no a una oposición. Es más apropiado hablar de contrautopías o antiutopías.

Mientras las utopías son ideales e imposibles, las contrautopías son cercanas. No sólo son posibles, sino que en cierta medida ya se encuentran, de maneras solapadas, sucediendo en la realidad; son totalmente materiales.

Mientras las utopías son optimistas y libertarias, las contrautopías son negativas, oscuras y opresivas.

Pero la diferencia más perturbadora es quizás la que viene a continuación: dejaron de producirse utopías de calidad a partir del siglo XX. Sin embargo, su contracara, las contrautopías, eran prácticamente desconocidas antes de este siglo. El siglo XX es un siglo negro por donde se lo mire. Es el siglo con más muertes. Es el siglo más sangriento. Dos veces el mundo entero estuvo en guerra. El oscuro temor de que la más terrible de las contrautopías es la que estamos viviendo ahora nos paraliza, nos imposibilita el cambio, nos destruye como seres humanos.

Todas estas sofocantes historias plantean un futuro cercano, un gobierno totalitario, y formas de comunicación y control profundamente aceitadas y arraigadas. Nuevas tecnologías destinadas al control de los sucesos, los pensamientos, los discursos.

Es aquí donde entramos a la parte que me interesa… los vidrios. Durante el siglo XX el mundo se lleno de cristales. Ventanas. Luces. Ventanas. Ojos. Ventanas. Lentes. Ventanas. Vasos. Ventanas. Espejos.


En 1921, Evgeni Zamiatin publica “Nosotros”, la primera contrautopía de importancia, que, como veremos, serviría de inspiración a muchas otras. En ella, los ciudadanos viven en un Estado Unico, en eterna guerra con un enemigo desconocido. Todos visten igual, todos piensan lo mismo. Sus nombres, que no es más que aquello que los define como seres sociales, son reemplazados por códigos. Y una tecnología específica e imaginada por este autor, absolutamente original, contrautópica; posible: las casas en donde los ciudadanos del Estado Único viven son hechas total e íntegramente, de cristal. Los individuos sólo pueden utilizar cortinas en los momentos de intimidad, los cuales están cuidadosamente regulados, administrados y controlados por el Estado Único.


En 1945, el arquitecto Philip Johnson comienza a realizar el diseño esquemático de lo que sería su casa de vidrio, y en 2007, es inaugurada. El monstruo de la razón había sido producido y puede visitarse en Carolina del Norte, Estados Unidos, o a través de otra ventana, en http://philipjohnsonglasshouse.org.


El grupo musical Radiohead, en su album de 2001, Amnesiac, incluyeron esta sorprendente e inquietante canción, llamada Life in a Glass House. Con una armonía discordante y repleta de instrumentos de viento, la canción recuerda a los años 30, pero contiene una letra que vale la pena detenerse a analizar.



Para los que no conocen el inglés, les dejo mi torpe intento de traducción. La recomendación, por supuesto, es tener en cuenta las dificultades intrínsecas a la hora de traducir poesías, como son, la pérdida de rimas, métrica, insinuaciones del lenguaje, juegos de palabras, etc:

Viviendo en una casa de cristal

Otra vez, estoy en problemas con mi única amiga
Ella está empapelando los paneles de la ventana
Está vistiendo una sonrisa
Viviendo en una casa de cristal

Otra vez, en paquete como comida congelada y caldo de gallinas
Piensa en todos los hambrientos millones
No habla de política y ni arroja piedras
Su Alteza Real

Bueno, por supuesto que me encantaría sentarme por aquí a charlar
Bueno, por supuesto que me encantaría quedarme a masticar la grasa
Bueno, por supuesto que me encantaría sentarme por aquí a charlar
Pero alguien nos esta escuchando.

Otra vez, estamos ávidos de algún linchamiento
Ese es un extraño error para cometer
Deberías poner la otra mejilla
Viviendo en una casa de vidrio.

Bueno, por supuesto que me encantaría sentarme por aquí a charlar
Bueno, por supuesto que me encantaría quedarme a masticar la grasa
Bueno, por supuesto que me encantaría sentarme por aquí a charlar
Pero alguien nos esta escuchando.

¿A qué vienen estas dos materializaciones, la canción de Radiohead y la casa de Johnson, de la predicción de Zamiatin? La película Niños del Hombre (Children of Men), basada en el libro homónimo de P. D. James y protagonizada por Clive Owen y Julianne Moore, está repleta de pistas escondidas para el observador atento. Una de ellas es una escena, en la que Theo (Clive Owen) se encuentra discutiendo de temas políticos con un brillante amigo (y brillante actor también: Michael Caine), un viejo hippie que vive retirado en el bosque en una casa que tiene una enorme similitud con la casa de cristal de Johnson. En la discusión, Caine decide poner música y, por supuesto, la canción que escuchan, mientras fuman marihuana, es la de Radiohead, que mencionamos.

La metáfora de la casa de vidrio es adoptada de alguna manera en muchas de las contrautopías que le siguieron a la novela de Zamiatin. Uno de los más célebres ejemplos es 1984, de George Orwell. Hay una comparación accesible e interesante entre Nosotros y 1984 en este link.

En la contrautopía de Orwell, las casas de vidrio son reemplazadas por una tecnología mucho más sutil, pero igual de efectiva en sus efectos: La telepantalla, presente en todos los departamentos de los ciudadanos de Oceanía, pero también en el espacio público. El control de la telepantalla es total. En algún sentido, opera como una inversión de la televisión, ya que en donde se encuentra, no emite imágenes, por lo menos no exclusivamente, sino que las captura, como una especie de cámara panóptica.

Volviendo a Radiohead, ellos también han compuesto una canción referida al libro de Orwell, lanzada en el album del año 2003 “Hail to the Thief” (que vendría a significar algo así como un aplauso para el ladrón, un juego de palabras que oculta el paso de la trillada frase Hail to the Chef – “aplauso para el cocinero”- primero hasta “Hail to the Chief” -aplauso para el jefe”- y luego a la frase mencionada). La canción se llama 2+2=5, en alusión a la sesión de tortura en la que el protagonista de la novela se ve obligado a admitir, que, si el Estado afirma que la suma de dos más dos da cinco, esto es cierto. La letra de esta canción es mucho más difícil de traducir, y el riesgo de cercenar su sentido es mucho mayor, por lo que quedará como privilegio para los que conocen el inglés mejor que yo, y leyeron la novela de Orwell. Sólo me limitare a pegarla aquí.



Por nuestra parte, nosotros, los ciudadanos reales de los imperios reales, ni utópicos ni contrautópicos, ni héroes ni antihéroes, solemos vivir nuestras vidas, creyendo que somos dueños de nuestra voluntad. Y voluntariamente, si, voluntariamente, compartimos nuestra vida con los demás, instalamos pequeñas cámaras en nuestras habitaciones, abrimos espacios para que nos vean, para que nos lean, como los blogs. Tenemos, con seguridad, más de una pantalla en nuestros hogares, llevamos con nosotros pequeños aparatitos que les permiten a los demás localizarnos, estemos donde estemos. Cumplimos así uno de los mayores temores de estos autores: el que los ciudadanos resignen porciones (totales) de su libertad, en beneficio del orden.

Les confiamos a nuestras pantallas el trabajo de informarnos, de decirnos lo que podemos y debemos pensar. Creemos que nuestra libertad crítica radica en ver, por un lado, lo que nos dice la tele, por otro lo que nos dicen los diarios, y con estas dos posturas, formar nuestra propia opinión, sin sospechar que quizá, ese canal y ese diario pertenezcan a las mismas personas.

Nos cuentan historias terribles, y nos atemorizamos. Nos aconsejan vivir en nuestros hogares, pero nuestros hogares son de vidrio.

La esperanza también puede resumirse en uno de los elementos simbólicos más importantes de la contrautopía. Y para ilustrarla, también es útil acudir a la narrativa y el cine. La enfermedad que tenía el villano de la película “El Protegido”, de Night Shyamalan llamada osteogénesis imperfecta, hacía que el malvado Samuel Jackson, reciba fracturas con notoria facilidad. Esta condición es conocida como la “enfermedad de los huesos de vidrio”. El villano, aunque astuto, es débil como el cristal, y puede quebrarse ante el golpe menos pensado.

jueves, 15 de mayo de 2008

Williams y McLuhan

Tengo que comentar algo en un Foro. Es obligatorio, evaluativo, y contradictorio con la misma idea de Foro. Se trata de contraponer dos "visiones de la tecnología", la de Raymond Williams y la de Marshall McLuhan para el seminario TICs. Los textos son: un artículo llamado "La Tecnología y la sociedad" y una parte, la primera, de "La Galaxia Gutenberg".


Quiero trazar un mapa sobre el recorrido y la identidad intelectual de estos dos pensadores. A Williams no lo conozco en lo más mínimo. McLuhan me parece un provocador. Tengo intuiciones vagas sobre su postura, si es que tiene alguna.

Entro a Google. Pongo “raymond williams”, todo entre paréntesis. Wikipedia lo ubica en el Círculo de Birmingham. Es galés, y se murió en 1988. Vuelvo a Google y esta vez pongo “mc luhan”. El buscador me dice que quizá quise decir “mcluhan” todo junto, sin embargo, interpreta mi error y me ofrece entrar a Wikipedia nuevamente. Allí McLuhan se murió un poco antes que Williams, pero tiene página web oficial: http://www.marshallmcluhan.com/

Pero ya tengo mi mapa, Williams es “marxista cultural” y McLuhan (todojunto) es determinista tecnológico. Y ahora el problema es que quedaron totalmente reducidos a unas categorías que son más constrictivas que otra cosa.

Paso a los textos, no leí el Rey Lear y probablemente no hubiera entendido lo mismo que entiende McLuhan. A medida que avanzo en la lectura, comienzo a creer que este autor es uno de tantos para quien las tecnologías provocan un impacto, como si fueran asteroides que vienen de Marte y no se tratara de procesos y usos que son internos a las sociedades.

Sigo leyendo con creciente disgusto al comprobar que sus fases de la historia de la civilización tienen un parecido inquietante con la teoría evolucionista. Llego a este fragmento: “el objeto del presente libro es discernir los orígenes y modos de configuración de los acontecimientos de la época de Gutenberg, bueno será considerar los efectos del alfabeto en los pueblos aborígenes hoy, ya que están en la misma relación con el alfabeto fonético que estuvimos nosotros antes”. Antes. No puedo ignorar las constantes referencias etnocentristas. Acá ya nadie sigue hablando de tecnologías. Aparecen comparaciones entre africanos y niños occidentales, pero también hay soviéticos, los malos de casi todas las películas norteamericanas, antes de la caída de las Torres Gemelas, por supuesto.

Los africanos creen en las mismas cantinelas mágicas que los ingenuos niños occidentales, sólo que estos mensajes mágicos en unos son vehiculizados a través del ritual y en otros a través de la publicidad.

Los burócratas de la Unión Soviética no pueden entender el uso privado de los medios de comunicación. No se trata de que sean comunistas, sino de que son simplemente tribales.

Los africanos “no pueden” ver películas occidentales. De parámetros culturales diferentes, McLuhan se las arregla para hacer parecer que se trata de una incapacidad típica de una sociedad atrasada en el curso de la evolución.

A ellos, como a los niños, les simpatizan más los dibujos animados. Quizá estas observaciones puedan ser ciertas y comprobables, pero de eso no se deriva que se trate de mentalidades similares.

Estos rasgos se ven atenuados cuando el autor parece tomar partido a favor de estas culturas orales. Me recuerda un poco a Rousseau, que proponía un estado de vuelta a la naturaleza, viendo la decadencia y la frustración que provocaban en el hombre las consecuencias de la imposición de normas sociales y legales. McLuhan critica a la sociedad occidental, pero las bases de su concepción histórica son, a mi juicio, esencialmente racistas.

Los usos sociales de las tecnologías aparecen con una inusitada importancia cuando se habla de los chinos. Anticipándose a la invención de la imprenta, la misma tuvo en Asia no un papel industrializador, sino más bien un papel vinculado a la religión. McLuhan incorpora además la escritura ideográfica de los chinos como un obstáculo para la Revolución Industrial anticipada. Evidentemente, el reduccionismo tecnológico no puede explicar por sí sólo la complejidad y variabilidad de los procesos históricos, ni la voluptuosa pluralidad cultural. Podrá acercarnos algunas líneas valiosas y útiles para la reflexión, pero no podemos considerar seriamente a las tecnologías (entendiendo, como McLuhan, al alfabeto fonético como una tecnología) como productoras externas e independientes de modos de subjetivación, separada de los irreductibles fenómenos y estructuras de cada sociedad.

Y en eso están mis reflexiones cuando le llega el turno a Williams. De un trabajo de corte más histórico, y recortado al problema específico de la televisión, es posible ver una descripción menos pretenciosa y escandalosa que la de McLuhan. La televisión, no sólo no es una causa, sino que tampoco es un efecto. Aquí no existen determinismos de ningún tipo, y todo lo que se arriesga a decir Williams es que la televisión es un resultado intrínseco de una forma social determinada, que tenía necesidades que influyeron en la aparición de nuevos sistemas de comunicación.

Pero existen inquietantes similitudes entre ambos, y aquí, nobleza obliga, debo sacar a La Galaxia Gutenberg del tacho de basura para comprobar la similitud entre estas dos frases: “el medio es el mensaje” (McLuhan) y “A diferencia de todas las tecnologías en comunicación anteriores, la radio y la televisión fueron sistemas diseñados principalmente para la transmisión y la recepción como procesos abstractos, con poca o ninguna definición de contenido previo […] No es sólo que la oferta de facilidades para la difusión precedió a la demanda; es que el medio de comunicación precedió a su contenido.” (Williams).

Las escuchas colectivas promovidas con radiotransmisores típicos de los regímenes totalitarios adquirieron formas mucho más solapadas en el capitalismo postindustrial. Se trata de la utilización de radiotransmisores privados. Los televisores también fueron distribuidos de manera privada porque era de ese modo posible la venta masiva de aparatos, condición clave para el beneficio de las compañías titulares de las licencias. Cuando Orwell imagina los dos minutos de odio, lo hace en una sala especialmente acondicionada, con la presencia de todos, como una especie de espectáculo socializado. Es allí donde el sujeto pierde su reflexividad propia y se entrega a un frenesí que no es más que un efecto social de masas. Sin embargo, en la contrautopía orwelliana existen los GRAN HERMANO, que penetran con un ojo múltiple la intimidad de los hogares (que pierden su elemento de confort y privacidad, y se convierten en fríos escenarios públicos). Los dos minutos de odio, tienen un rol oculto: aseguran la expansión, a través de la coerción social, de un modo de percibir el mundo. Sólo cuando esta función esta garantizada, es posible otorgar la palabra a estos mismos receptores, sin riesgo alguno.

Internet aparece entonces como un nuevo medio y un nuevo mensaje. Similar a la televisión, no transporta nada definido de antemano, sus contenidos aparecen sólo en forma parasitaria. El mensaje de esta falta de mensajes es la total libertad que dada a sus productores, aquellos que en su momento asistieron a una metáfora de los dos minutos de odio, y que, por lo tanto, no harán más que reproducir es manera de percibir el mundo.

Cierro Wikipedia, y Google. Yo, como otros, habito una contradicción que, como otros, ya he sufrido antes.