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Quiero trazar un mapa sobre el recorrido y la identidad intelectual de estos dos pensadores. A Williams no lo conozco en lo más mínimo. McLuhan me parece un provocador. Tengo intuiciones vagas sobre su postura, si es que tiene alguna.
Entro a Google. Pongo “raymond williams”, todo entre paréntesis. Wikipedia lo ubica en el Círculo de Birmingham. Es galés, y se murió en 1988. Vuelvo a Google y esta vez pongo “mc luhan”. El buscador me dice que quizá quise decir “mcluhan” todo junto, sin embargo, interpreta mi error y me ofrece entrar a Wikipedia nuevamente. Allí McLuhan se murió un poco antes que Williams, pero tiene página web oficial: http://www.marshallmcluhan.com/
Pero ya tengo mi mapa, Williams es “marxista cultural” y McLuhan (todojunto) es determinista tecnológico. Y ahora el problema es que quedaron totalmente reducidos a unas categorías que son más constrictivas que otra cosa.
Paso a los textos, no leí el Rey Lear y probablemente no hubiera entendido lo mismo que entiende McLuhan. A medida que avanzo en la lectura, comienzo a creer que este autor es uno de tantos para quien las tecnologías provocan un impacto, como si fueran asteroides que vienen de Marte y no se tratara de procesos y usos que son internos a las sociedades.
Sigo leyendo con creciente disgusto al comprobar que sus fases de la historia de la civilización tienen un parecido inquietante con la teoría evolucionista. Llego a este fragmento: “el objeto del presente libro es discernir los orígenes y modos de configuración de los acontecimientos de la época de Gutenberg, bueno será considerar los efectos del alfabeto en los pueblos aborígenes hoy, ya que están en la misma relación con el alfabeto fonético que estuvimos nosotros antes”. Antes. No puedo ignorar las constantes referencias etnocentristas. Acá ya nadie sigue hablando de tecnologías. Aparecen comparaciones entre africanos y niños occidentales, pero también hay soviéticos, los malos de casi todas las películas norteamericanas, antes de la caída de las Torres Gemelas, por supuesto.
Los africanos creen en las mismas cantinelas mágicas que los ingenuos niños occidentales, sólo que estos mensajes mágicos en unos son vehiculizados a través del ritual y en otros a través de la publicidad.
Los burócratas de
Los africanos “no pueden” ver películas occidentales. De parámetros culturales diferentes, McLuhan se las arregla para hacer parecer que se trata de una incapacidad típica de una sociedad atrasada en el curso de la evolución.
A ellos, como a los niños, les simpatizan más los dibujos animados. Quizá estas observaciones puedan ser ciertas y comprobables, pero de eso no se deriva que se trate de mentalidades similares.
Estos rasgos se ven atenuados cuando el autor parece tomar partido a favor de estas culturas orales. Me recuerda un poco a Rousseau, que proponía un estado de vuelta a la naturaleza, viendo la decadencia y la frustración que provocaban en el hombre las consecuencias de la imposición de normas sociales y legales. McLuhan critica a la sociedad occidental, pero las bases de su concepción histórica son, a mi juicio, esencialmente racistas.
Los usos sociales de las tecnologías aparecen con una inusitada importancia cuando se habla de los chinos. Anticipándose a la invención de la imprenta, la misma tuvo en Asia no un papel industrializador, sino más bien un papel vinculado a la religión. McLuhan incorpora además la escritura ideográfica de los chinos como un obstáculo para
Y en eso están mis reflexiones cuando le llega el turno a Williams. De un trabajo de corte más histórico, y recortado al problema específico de la televisión, es posible ver una descripción menos pretenciosa y escandalosa que la de McLuhan. La televisión, no sólo no es una causa, sino que tampoco es un efecto. Aquí no existen determinismos de ningún tipo, y todo lo que se arriesga a decir Williams es que la televisión es un resultado intrínseco de una forma social determinada, que tenía necesidades que influyeron en la aparición de nuevos sistemas de comunicación.
Pero existen inquietantes similitudes entre ambos, y aquí, nobleza obliga, debo sacar a
Las escuchas colectivas promovidas con radiotransmisores típicos de los regímenes totalitarios adquirieron formas mucho más solapadas en el capitalismo postindustrial. Se trata de la utilización de radiotransmisores privados. Los televisores también fueron distribuidos de manera privada porque era de ese modo posible la venta masiva de aparatos, condición clave para el beneficio de las compañías titulares de las licencias. Cuando Orwell imagina los dos minutos de odio, lo hace en una sala especialmente acondicionada, con la presencia de todos, como una especie de espectáculo socializado. Es allí donde el sujeto pierde su reflexividad propia y se entrega a un frenesí que no es más que un efecto social de masas. Sin embargo, en la contrautopía orwelliana existen los GRAN HERMANO, que penetran con un ojo múltiple la intimidad de los hogares (que pierden su elemento de confort y privacidad, y se convierten en fríos escenarios públicos). Los dos minutos de odio, tienen un rol oculto: aseguran la expansión, a través de la coerción social, de un modo de percibir el mundo. Sólo cuando esta función esta garantizada, es posible otorgar la palabra a estos mismos receptores, sin riesgo alguno.
Internet aparece entonces como un nuevo medio y un nuevo mensaje. Similar a la televisión, no transporta nada definido de antemano, sus contenidos aparecen sólo en forma parasitaria. El mensaje de esta falta de mensajes es la total libertad que dada a sus productores, aquellos que en su momento asistieron a una metáfora de los dos minutos de odio, y que, por lo tanto, no harán más que reproducir es manera de percibir el mundo.
Cierro Wikipedia, y Google. Yo, como otros, habito una contradicción que, como otros, ya he sufrido antes.